LOS COMIENZOS DE SU VIDA
El Jesuita Pampacolquino Juan Pablo Mariano Vizcardo y Guzmán,
nació en el Distrito de Pampacolca, Provincia Castilla, Departamento de
Arequipa, el 26 de Junio de 1748. Siendo sus padres el Maestro de campo
don Gaspar de Vizcardo y Guzmán y doña Manuela de Zea y Andía. Hogar que
completaban sus hermanos José Anselmo, María Gregoria, Juana, Isabel y
Manuela.
A la edad de 13 años, aún no cumplidos, viajó al Cuzco,
conjuntamente con su hermano Anselmo para seguir estudios en el Real
Colegio de San Bernardo. Cuando se encontraban en la ciudad imperial
dedicados a sus estudios se produce la muerte, por el año de 1760, de su
padre, quien contaba apenas con 34 años de edad. Este hecho parece que
determinó que los dos hermanos decidiesen ingresar en el noviciado de la
Compañía de Jesús, Juan Pablo ingresó el 24 de mayo de 1761, cuando
tenía 15 años de edad, dos años después, el 27 de Junio de 1763, recibía
los primeros votos simples en el indicado año inició también sus
estudios de Filosofía y Humanidades en el Colegio Máximo de la
Transfiguración del Cuzco. Y cuando llegó la orden de expulsión de los
Jesuitas, contaba con 19 años y había recibido tan solo las órdenes
menores.
EL DESTIERRO A ITALIA
El Corregidor y Justicia Mayor del Cuzco, don Jerónimo Manrique
fue el encargado de hacer cumplir la orden de expulsión de los Jesuitas
de esa ciudad. El día 7 de Setiembre de 1767 se presentó en el Colegio
de los Jesuitas y ordenó la reunión de todos ellos. Una vez que se
encontraban congregados en el refectorio, leyó la orden de expulsión
dada por Carlos III y le comunicó que el día 16 de setiembre serían
conducidos a Lima. Efectivamente, el día indicado fueron conducidos a
Moquegua y de allí pasaron al puerto de Ilo, de donde se embarcaron
rumbo a la capital del Virreynato. En Lima van a permanecer hasta los
primeros días de Marzo de 1768. Pues, recién el 15 del mismo mes y año,
parten del Callao los hermanos Vizcardo y Guzmán, conjuntamente con 160
Jesuitas del Perú, con dirección a España a bordo del navío “Santa
Bárbara”. En el mes de Agosto de 1768 llegan a Cádiz y pasan al puerto
de Santa María donde van a permanecer mientras se realizan los
preparativos para conducirlos a Italia.
En Italia las autoridades encargadas de los Jesuitas expulsados
obligaron a unos a ir a vivir a las ciudades de Roma, de Ferrara, Génova
y a otros a Livorno y a Massacarrara. Esta última ciudad, en donde
parece que fueron concentrados los Jesuitas disidentes, se establecieron
los hermanos Vizcardo y Guzmán. Todos ellos van a tratar de subsistir
en medio de grandes sacrificios con una pensión de 372 reales vellón al
año, que el rey había señalado a los miembros de la Compañía de Jesús.
Durante los años que estaban ya en Italia, la angustia que
envolvía a todos los desterrados era en realidad dolorosa. El hecho de
encontrarse casi todos ellos lejos de su patria, sin noticia alguna de
sus familiares y sin saber cuál iba a ser su destino, había ido
agudizando en muchos de ellos su resentimiento hacía el gobierno Español
y formando en su espíritu la idea de contribuir a la libertad de las
colonias que tenía España en América.
PRIMER PRECURSOR DE LA EMANCIPACION HISPANOAMERICANA
Europa fue el campo de acción de la actividad de Vizcardo y Guzmán en
favor de la emancipación de la América Hispana. Esta labor la va
desarrollando principalmente en los países de Italia, Francia e
Inglaterra. Sobresalió entre todos los jesuitas por su inteligencia y
celo propagandista.
A pesar de la lejanía y lo difícil de la comunicación se encontraba
bien informado de la situación de los pueblos de la América española en
especial del Perú. La forma angustiosa como describe en este lapso la
situación social de la América del Sur era absolutamente cierta. El
recibía continuamente informaciones de los patriotas americanos y de
quienes llegaban a Europa, manteniendo una estrecha correspondencia.
Es a base de estas informaciones que Vizcardo y Guzmán da sus
primeros pasos en tratar de conseguir el apoyo de Inglaterra en favor de
la libertad del Perú y de la América Hispana.
El lapso de su vida que va desde el año de 1784 hasta 1790,
transcurre en el norte de Italia, empeñado en una serie de gestiones de
índole familiar y de obtener permiso para pasar a Hispanoamérica; labor
que realiza sin descuidar en ningún instante sus actividades en favor de
las colonias españolas en América.
Cuando Juan Pablo pasó a Londres, entre los años de 1796 a 1797, las
relaciones entre Inglaterra y España se encontraban muy tirantes. Es
entonces cuando el gabinete inglés creyó conveniente utilizar sus
servicios como agente, al igual que otros ex-jesuitas, asignándole una
pensión de 300 libras. Su labor consistía en mantener bien informados a
las autoridades inglesas de los sucesos de América Hispana,
principalmente de la situación social del Perú y de las poblaciones de
Caracas, Quito y Santa Fé. Asimismo, durante estos años no perdía
oportunidad alguna para hacer llegar al gabinete sus proyectos sobre la
emancipación y manifestar que tan solo hacía falta para el éxito de la
sublevación de las colonias, el apoyo de algún país extranjero.
MUERTE DE JUAN PABLO VISCARDO Y GUZMAN
Encontrándose Vizcardo y Guzmán en la ciudad de Londres, en el año
de 1798, en una situación bastante precaria y más aún, resentido por la
actitud del gobierno Británico de seguir posponiendo toda ayuda a los
revolucionarios Americanos, va a ir entrando en los primeros días del
mes de febrero en una etapa de debilidad y de desconsuelo por la
perfidia del gabinete inglés. Es en esa etapa que conoce a Mr. Rufus
King, embajador de los Estados Unidos en Inglaterra, quien desde hace
años atrás estaba interesado en los movimientos de los patriotas
americanos. Inclusive, se puso en contacto con varios de los Jesuitas
nacidos en este continente y que se encontraban al servicio del gobierno
Británico. El representante Norteamericano logró mantener una estrecha
amistad con Juan Pablo, convirtiéndose en el amigo de los últimos
momentos de su vida, en el testigo de sus horas de disgusto por la
conducta equívoca del Gabinete Inglés y en el confidente donde quién
acudía cada vez que era necesario desahogarse. Es por eso que Juan
Pablo, no contando con otra persona que le inspirase confianza y que
fuese adicta a la libertad de las colonias Españolas, entregó a Rufus
King, poco antes de morir, todos sus papeles, libros, dinero, etc. Para
algunos días después, cuando el invierno Londinense se iba acentuando y
había perdido toda esperanza de llevar a cabo sus proyectos tan
ansiosamente elaborados, dejar de existir a fines del mes de febrero de 1798, en la soledad más completa.
CARTA A LOS ESPAÑOLES AMERICANOS
“El amor de la Patria Vencerá“
Hermanos y compatriotas – La inmediación al cuarto siglo el
establecimiento de nuestros antepasados en el nuevo mundo, es una
ocurrencia sumamente
notable, para que deje de interesar nuestra atención. El
descubrimiento de una parte tan grande de la tierra, es y será siempre,
para el género humano el acontecimiento más memorable de sus anhelos.
Más para nosotros que somos sus habitantes, y para nuestros
descendientes, es un objeto de la más grande importancia. El nuevo mundo
es nuestra patria, su historia es la nuestra, y en ella es que debemos
examinar nuestra situación presente, para determinarnos por ella, a
tomar el partido necesario a la conservación de nuestros derechos
propios, y de nuestros sucesores.
Aunque nuestra historia de tres siglos acá, relativamente a las
causas y efectos más dignos de nuestra atención, sea tan uniforme y tan
notoria que se podría reducir a estas cuatro palabras:
Cuando nuestros antepasados se retiraron a una distancia inmensa de su
país natal, renunciando no solamente al alimento sino también a la
protección civil que allí les pertenecía, y que no podía alcanzarles a
tan grandes distancias, se expusieron a costa propia, a procurarse una
subsistencia nueva, con las fatigas más enormes y con los más grandes
peligros. (1) El gran suceso que coronó los esfuerzos de los
conquistadores de América, les daba, al parecer, un derecho, que aunque
no era el más justo era a lo menos, mejor, que el que tenían los
antiguos godos de España para apropiarse el fruto de su valor y de sus
trabajos. Pero la inclinación natural a su país nativo, les condujo a
hacerle el más generoso homenaje de sus inmensas adquisiciones; no
pudiendo dudar que un servicio gratuito, tan importante, dejase de
merecerles un reconocimiento proporcionado, según la costumbre de aquel
siglo, de recompensar a los que habían contribuido a extender los
dominios de la nación.ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación;
conviene, sin embargo, que la consideremos aquí con un poco de lentitud.
Aunque estas legítimas esperanzas han sido frustradas, sus
descendientes y los de los otros españoles que sucesivamente han pasado a
la América, aunque no conozcamos otra patria que ésta en la cual está
fundada nuestra subsistencia y la de nuestra posteridad, hemos sin
embargo respetado, conservado y amado cordialmente el apego de nuestros
padres a su primera patria. A ella hemos sacrificado riquezas infinitas
de toda especie, prodigado nuestro sudor, y derramado por ella con gusto
nuestra sangre. Guiados de un entusiasmo ciego, no hemos considerado
que tanto empeño en favor de un país que nos es extranjero, a quien nada
debemos, de quien no dependemos, y del cual nada podemos esperar; es
una traición cruel contra aquel en donde somos nacidos, que nos
suministra el alimento necesario para nosotros y nuestros hijos; y que
nuestra veneración a los sentimientos afectuosos de nuestros padres por
su primera patria, es la prueba más decisiva de la preferencia que
debemos a la nuestra. Todo lo que hemos prodigado a la España ha sido
pues usurpado sobre nosotros y nuestros hijos; siendo tanta nuestra
simpleza, que nos hemos dejado encadenar con unos hierros que si no
rompemos a tiempo, no nos queda otro recurso que el de soportar
pacientemente esta ignominiosa esclavitud.
Si como es triste nuestra condición actual fuese irremediable, sería
un acto de compasión el ocultarla a vuestros ojos; pero teniendo en
nuestro poder su más seguro remedio, descubramos este horroroso cuadro
para considerarle a la luz de la verdad. Esta nos enseñar que toda la
ley que se opone al bien universal de aquellos, para quienes está hecha,
es una acto de tiranía, y que el exigir su observancia es forzar a la
esclavitud, que una ley que se dirigiese a destruir directamente las
bases de la prosperidad de un pueblo, sería una monstruosidad superior a
toda expresión; es evidente también que un pueblo, a quien se despojase
de la libertad personal y de la disposición de sus bienes, cuando todas
las otras naciones, en iguales circunstancias, ponen su más grande
interés en extenderlas, se hallaría en un estado de esclavitud, mayor
que el que puede imponer un enemigo en la embriaguez de la victoria.
Supuestos estos principios incontestables, veamos cómo se adaptan a
nuestra situación recíproca con la España. Un imperio inmenso, unos
tesoros que exceden toda imaginación a todo lo que la antigüedad
conoció, he aquí nuestros títulos al agradecimiento, ya la más
distinguida protección de la España y de su gobierno. Pero nuestra
recompensa ha sido tal que la justicia más severa, apenas nos habría
aplicado castigo semejante, si hubiésemos sido reos de los más grandes
delitos. La España nos destierra de todo el mundo antiguo, separándonos
de una sociedad a la cual estamos unidos con los lazos más estrechos;
añadiendo a esta usurpación sin ejemplo, de nuestra libertad personal,
la otra igualmente importante de la propiedad de nuestros bienes.
Desde que los hombres comenzaron a unirse en sociedad para su
más grande bien, nosotros somos los únicos a quienes el gobierno obliga
a comprar del momento lo que necesitamos a los precios más altos ya
vender nuestras producciones a los precios más bajos. Para que esta
violencia tuviese el suceso más completo, nos han cerrado como en una
ciudad sitiada, todos los caminos por donde las otras naciones pudieran
darnos a precios moderados y por cambios equitativos, las cosas que nos
son necesarias. Los impuestos del gobierno, las gratificaciones al
ministerio, la avaricia de los mercaderes, autorizados a ejercer de
concierto el más desenfrenado monopolio, caminando todas en la misma
línea, y 1a necesidad haciéndose sentir, el comprador no tiene elección;
y como para suplir nuestras necesidades, esta tiranía mercantil podría
forzamos a usar de nuestra industria, el gobierno se encargó de
encadenarla.
No se pueden observar sin indignación los efectos de este detestable
plan de comercio y cuyos detalles serían increíbles, si los que nos han
dado personas imparciales, y dignas de fe no nos suministrasen pruebas
decisivas para juzgar del resto. Sin el testimonio de don Antonio Ulloa,
sería difícil el persuadir a la Europa, que el precio de los artículos
esencialmente necesarios en todas partes tales como el hierro y el
acero, fuese en Quito, en tiempo de paz, regularmente mayor que de cien
pesos o de 540 libras tornesas por quintal de hierro, y de 150 pesos o
810 libras por quintal de acero; (2)el precio del primero no siendo en
Europa sino de 5 a 6 pesos (25 á 30 libras) y el del segundo a
proporción; que en un puerto tan célebre como el de Cartagena de
Indias (3) e igualmente en tiempo de paz haya habitado una escasez de
vino tan grande, que estaban obligados a no celebrar la misa, sino en
una sola iglesia, y que generalmente esta escasez, y su excesivo precio,
impiden el uso de esta bebida, más necesaria allí que en otras partes,
por la insalubridad del clima.
Por honor de la humanidad y de nuestra nación más vale pasar en
silencio los horrores y las violencias del otro comercio exclusivo
(conocido en el Perú con el nombre de repartimientos) que se arrogan los
corregidores y alcaldes mayores para la desolación, y ruina particular
de los desgraciados indios y mestizos. Qué maravilla es pues; si con
tanto oro y plata de que hemos casi Saciado al universo, poseamos a
penas con que cubrir nuestra desnudez. ¿De qué sirven tantas tierras tan
fértiles, si además de la falta de instrumentos necesarios para
labrarlas, nos es por otra parte inútil el hacerlo más allá de nuestra
propia consumación? Tantos bienes, como la naturaleza nos prodiga, son
enteramente perdidos; ellos acusan la tiranía que nos impide el
aprovecharlos comunicándonos con otros pueblos.
Parece que sin renunciar a lodo sentimiento de vergüenza no se podía
añadir nada a tan grandes ultrajes. La ingeniosa política, que bajo el
pretexto de nuestro bien, nos había despojado de la libertad, y de los
bienes debía sugerir; a lo menos que era preciso dejarnos alguna sombra
de honor y algunos medios de restablecernos para preparar nuevos
recursos. Para esto es que el hombre concede el reposo y la comida a los
animales que le sirven. La administración económica de nuestros
intereses nos habría consolado de las otras pérdidas, y habría procurado
ventajas a la España. Los intereses de nuestros país no siendo sino los
nuestros, su buena o mala administración recae necesariamente sobre
nosotros y es evidente que a nosotros solo pertenece el derecho de
ejercerla, y que solos podemos llenar sus funciones con ventaja
recíproca de la patria, y de nosotros mismos.
Que descontento nos manifestaron los españoles, cuando algunos
flamencos vasallos como ellos y además compatriotas de Carlos V ocuparon
algunos empleos públicos en España ¿Cuánto no murmuraron? ¿Con cuántas
solicitudes y tumultos no exigieron, que aquellos extranjeros fuesen
despedidos sin que su corto número, ni la presencia del monarca, pudiese
calmar la inquietud general?. El miedo de que el dinero de España
pasase a otro país, aunque perteneciente a la misma monarquía, fue el
motivo que hizo insistir a los españoles con más calor en su demanda.
Qué diferencia no hay entre aquella situación momentánea de los
españoles, y la nuestra de tres siglos acá Privados de todas las
ventajas del gobierno, no hemos experimentado de su parte, sino los más
horribles desórdenes y los más grandes vicioso Sin esperanza de obtener
jamás, ni una protección inmediata, ni una pronta justicia a la
distancia de dos a tres mil lenguas, sin recursos para reclamarla, hemos
sido entregados al orgullo a la injusticia, a la rapacidad de los
ministros tan avaros por lo menos como los favoritos de Carlos V
Implacables para con unas gentes que no conocen, y que miran como
extranjeras, procurar solamente satisfacer su codicia con la perfecta
seguridad de que su conducta inicua será impune o ignorada del
soberano. El sacrificio hecho a la España. De nuestros más preciosos
intereses, ha sido el mérito con que todos ellos pretenden honrarse para
excusar las injusticias con que nos acaban Pero la miseria, en que la
España misma ha caído, prueba que aquellos hombres no han conocido jamás
los verdaderos intereses de la nación, o que han procurado solamente
cubrir con este pretexto sus procedimientos vergonzosos, y el suceso ha
demostrado, que nunca la injusticia produce frutos sólidos. A fin de que
nada faltase a nuestra ruina ya nuestra ignominiosa servidumbre, la
indigencia, la avaricia y la ambición han suministrado siempre a la
España un enjambre de aventureros, que pasan a la América, resueltos a
desquitarse allí con nuestra sustancia de lo que han pagado para obtener
sus empleos. La manera de indemnizarse de la ausencia de su patria de
sus penas y de sus peligros, es haciéndonos todos los males posibles.
Renovando do todos los días aquellas escenas de horrores que hicieron
desaparecer pueblos enteros, cuyo único delito fue su flaqueza,
convierten el resplandor de la más grande conquista, en una mancha
ignominiosa para el nombre español.
Así es que después de satisfacer al robo, paliado con el nombre de
comercio, a las exacciones del gobierno, en pago de sus insignes
beneficios, ya los ricos salarios de la multitud innumerables de
extranjeros, que bajo diferentes denominaciones en España y América, se
hartan fastuosamente de nuestros bienes, lo que nos queda es el objeto
continúo de las acechanzas de tantos orgullosos tiranos, cuya rapacidad
no conoce: otro término que el que quieren imponerle su insolencia y la
certidumbre de la impunidad. Así mientras que en la corte, en los
ejércitos, en los tribunales de la monarquía se derraman las riquezas y
los honores. a extranjeros de todas naciones, nosotros solos somos
declarados indignos de ellos e incapaces de ocupar aun en nuestra propia
patria unos empleos que en rigor nos pertenecen exclusivamente. Así la
gloria, que costó tantas penas a nuestros padres, es para nosotros una
herencia de ignominia y con nuestros tesoros inmensos no hemos comprado
sino miseria y esclavitud.
Si corremos nuestra desventurada patria de un cabo al otro hallaremos
donde quiera la misma desolación, una avaricia tan desmesurada como
insaciable; donde quiera el mismo tráfico abominable de injusticia y de
inhumanidad de parte de las sanguijuelas empleadas por el gobierno para
nuestra opresión; Consultemos nuestros anales de tres siglos y allí
veremos la ingratitud y la injusticia de la corte de España, su
infidelidad en cumplir sus contratos primero con el gran Colombo y
después con los otros conquistadores que le dieron el imperio del nuevo
mundo bajo condiciones solemnemente estipuladas. Veremos la posteridad
de aquellos hombres generosos abatida con el desprecio, y manchada con
el odio que les ha calumniado, perseguido, y arruinado. Como algunas
simples particularidades podrían hacer dudar de este espíritu
persecutor, que en todo tiempo se ha señalado contra los
Españoles-Americanos, leed solamente lo que el verídico Inca Garcilaso
de la Vega escribe en el segundo tomo de sus Comentarios libro VIII
Cap. 17.
Cuando el virrey don Francisco de Toledo, aquel hipócrita feroz,
determinó hacer parecer al único heredero directo del imperio del Perú
para asegurar a la España la posesión de aquel desgraciado país, en el
proceso que se instauró contra el joven e inocente Inca Túpac Amaru,
entre los falsos crímenes con que este príncipe fue cargado se acusa,
dice Garcilaso, a los que han nacido en el país de madres indias y
padres españoles conquistadores de aquel imperio: se alegaba de que
habían secretamente convenido con Túpac Amaru, y los otros Incas, de
excitar una rebelión en el reino para favorecer el descontento de los
que eran nacidos de la sangre real de los Incas, o cuyas madres eran
hijas, sobrinas, o primas hermanas de la familia de los lncas y los
padres españoles y de los primeros conquistadores que habían adquirido
tanta reputación: que estos estaban tan poco atendidos que ni el derecho
natural de las madres, ni los grandes servicios y méritos de los
padres, les procuraban la menos ventaja, sino que todo era distribuido
entre los parientes y amigos de los gobernadores, quedando aquellos
expuestos a morir de hambre si no querían vivir de limosna, o hacerse
salteadores de caminos y acabar en una horca. Estas acusaciones siendo
hechas contra los hijos de los españoles nacidos de mujeres indias,
éstos fueron tomados y todos los que eran de edad de 20 años y más,
capaces de llevar armas, y que vivían entonces en el Cuzco, fueron
aprisionados. Algunos de ellos fueron puestos al tormento para forzarlos
a confesar aquello de que no había pruebas ni indicios. En medio de
estos furores y procedimientos tiránicos, una india, cuyo hijo estaba
condenado a la cuestión, vino a la prisión y elevando su voz dijo: Hijo
mío, pues que se te ha condenado a la tortura, súfrela valerosamente
como hombre de honor, no acuse a ninguno falsamente, y Dios te dará
fuerzas para sufrirla; él te recompensará de los peligros y penas que tu
padre y sus compañeros han sufrido para hacer este país cristiano, y
hacer entrar a sus habitantes en el seno de la iglesia. Esta
exhortación magnánima, proferida con toda la vehemencia de que aquella
madre era capaz, hizo la más grande impresión sobre el espíritu del
virrey, y le apartó de su designio de hacer morir aquellos desdichados.
Sin embargo, no fueron absueltos, sino que se les condenó a una muerte
más lenta, desterrándolos a diversas partes del nuevo mundo. Algunos
fueron enviados también a España. Tales eran los primeros frutos que la
posteridad de los descubridores del nuevo mundo recibía de la gratitud
española, cuando la memoria de los méritos de sus padres estaban aún
recientes. El virrey, aquel monstruo sanguinario, pareció entonces el
autor de todas las injusticias, pero desengañémonos acerca de los
sentimientos de la corte, si creemos que ella no participaba de aquellos
excesos; ella se ha deleitado en nuestros días en renovarlos en toda la
América, arrancándole un número mucho mayor de sus hijos, sin procurar
disfrazar siquiera su inhumanidad: estos han sido deportados hasta en
Italia.
Después de haberlos botado en un país, que no es de su dominación, y
renunciándolos como vasallos, la corte, de España por una contradicción
y un refinamiento inaudito de crueldades, con un furor que sólo puede
inspirar a los tiranos el miedo de la inocencia sacrificada, la corte se
ha reservado el derecho de perseguirlos y oprimirlos continuamente. La
muerte ha librado ya, a la mayor parte de estos desterrados de las
miserias que les han acompañado hasta el sepulcro. Los otros arrastran
una vida infortunada y son una prueba de aquellas crueldad de carácter
que tantas veces se ha echado en cara a la nación española, aunque
realmente esta mancha no deba caer sino sobre el despotismo de su
gobierno (4).
Tres siglos enteros, durante los cuales este gobierno ha tenido sin
interrupción no variación alguna, la misma conducta con nosotros, son la
prueba completa de un plan meditado. Que nos sacrifica enteramente a
los intereses y conveniencias de la España; pero sobre todo a las
pasiones de su ministerio. No obstante esto es evidente. que a pesar de
los esfuerzos multiplicados de una falsa e inicua política, nuestros
establecimientos han adquirido tal consistencia que Montesquieu, aquel
genio sublime ha dicho. las Indias y la España son dos potencias bajo un
mismo dueño; más las Indias son el principal y la España el accesorio.
En vano la política procura atraer el principal al accesorio; las
Indias atraen continuamente la España a ellas (5). Esto quiere decir en
otros términos. Que las razones para tiranizamos se aumentan cada día.
Semejante a un tutor malévolo que se ha acostumbrado a vivir en el
fausto y opulencia a expensas de su pupilo, la España con el más grande
terror ve llegar el momento. Que la naturaleza. La razón, y la justicia
han prescrito para emancipamos de una tutela tan tiránica.
El vacío y la confusión que producirá la caída de esta administración
pródiga de nuestros bienes. No es el único motivo que anima a la corte
de España a perpetuar nuestra minoridad. A gravar nuestras cadenas. El
despotismo que ella ejerce con nuestros tesoros. Sobre las ruinas de la
libertad española podría recibir con nuestra independencia un golpe
mortal, y la ambición debe prevenirlo con los mayores esfuerzos.
La pretensión de la corte de España, a una ciega obediencia a sus
leyes arbitrarias está fundada principalmente sobre la ignorancia. Que
procura alimentar y entretener sobre todo acerca de los derechos
inalienables del hombre. y de los deberes indispensables de todo
gobierno. Ella ha conseguido persuadir al vulgo, que es un delito el
razonar sobre los asuntos que importan más a cada individuo, y por
consiguiente, que es una obligación continua la de extinguir la
preciosa antorcha que nos dio el criador para alumbramos y conducirnos.
Pero a pesar de los progresos de una doctrina tan funesta, toda la
historia de España testifica constantemente contra su verdad y
legitimidad.
Después de la época memorable del poder arbitrario, y de la
injusticia de los últimos reyes godos. Que trajeron la ruina de su
imperio y de la nación española, nuestros antepasados, cuando
restablecieron el reino y su gobierno, pensaron en premunirse contra el
poder absoluto, a que siempre han aspirado nuestros reyes.
Con este designio, concentraron la supremacía de la justicia, y los
poderes legislativos de la paz, de la guerra, de los subsidios y de las
monedas, en las cortes que representaban la nación en sus diferentes
clases y debían ser tos depositarios y los guardianes de los derechos
del pueblo.
A este dique tan sólido los Aragoneses añadieron el célebre
magistrado llamado el Justicia, para velar en la protección del pueblo
contra toda violencia y opresión, como también para reprimir el poder
abusivo de los reyes. En el preámbulo de una de aquellas leyes los
Aragoneses, dicen, según Gerónimo Blanco en sus comentarios, página 751
que la esterilidad de su país y la pobreza de sus habitantes son tales,
que si la libertad no los distinguía de las otras naciones el pueblo
abandonaría su patria, e iría a establecerse en una región más fértil. Y
a fin de que el rey no olvide jamás el manantial de dónde le viene la
soberanía, la justicia, en la ceremonia solemne de la coronación, le
dirigía las palabras siguientes. Nos que valemos cuanto vos, os hacemos
nuestro rey y señor, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades y
si no; tal como lo refiere el célebre Antonio Pérez Secretario de rey
don Felipe II. Era pues un articuló fundamental de la constitución de
Aragón, que si el rey violaba los derechos y privilegios del pueblo, el
pueblo podía legítimamente extrañarlo, y en su lugar nombrar otro aunque
fuese de la religión pagana, según el mismo Gerónimo Blanco.
A este noble espíritu de libertad es que nuestros antepasados
debieron la energía que les hizo acabar tan grandes empresas, y que en
medio de tantas guerras onerosas, hizo florecer la nación y la colmó de
prosperidades, como se observa hoy en Inglaterra y Holanda. Mas luego
que el rey pasó los límites que la constitución de Casti1la y de Aragón,
le habían prescrito, la decadencia de la España fue tan rápida como
había sido extraordinario el poder adquirido o por mejor decir usurpado,
por los soberanos y esto prueba bastante, que el poder absoluto, al
cual se junta siempre el arbitrario, es la ruina de los estados.
La reunión de los reinos de Castilla y de Aragón, como también
los grandes estados, que al mismo tiempo tocaron por herencia a los
reyes de España, y los tesoros de la Indias, dieron a la corona una
preponderancia imprevista, y tan fuerte, que en muy poco tiempo
trastornó todos los obstáculos, que la prudencia de nuestros abuelos
había opuesto para asegurar la libertad de su descendencia. La autoridad
real, semejante al mar cuando sale de sus márgenes, inundó toda la
monarquía y la voluntad del rey, y de sus ministros se hizo la ley
universal.
Una vez establecido el poder despótico tan sólidamente, la sombra
misma de las antiguas cortes no existió más: no quedando otra
salvaguardia a los derechos naturales, civiles y religiosos de los
españoles, que la arbitrariedad de los ministros o las antiguas
formalidades de justicia llamadas vías jurídicas. Estas últimas se han
opuesto algunas veces a la opresión de la inocencia, sin estorbar por
eso el que se verificase el proverbio de que allá van leyes donde
quieren reyes.
Una invención dichosa sugirió al fin el medio más fecundo para
desembarazarse de estas trabas molestas. La suprema potencia económica. y
los motivos reservados en el alma real (expresiones que asombrarán a la
posterioridad) descubriendo al fin la vanidad. y todas las ilusiones
del género humano sobre los principios eternos de justicia sobre los
derechos y los deberes de la naturaleza y de la sociedad, han desplegado
de un golpe su irresistible eficacia sobre más de cinco mil ciudadanos
españoles (6). Observad que estos ciudadanos estaban unidos en cuerpo,
que a sus derechos de sociedad, en calidad de miembros de la nación
unían el honor de la estimación pública. Merecida por unos servicios tan
útiles como importantes (7).
Omitiendo las reflexiones que nacen de todas las circunstancias de
una ejecución tan extraña, y dejando aparte las desgraciadas víctimas de
aquel bárbaro atentado, considerémosle solamente con respecto a toda la
nación española.
La conservación de los derechos naturales, y sobre todo de la
libertad y seguridad de las personas y haciendas, es incontestablemente
la piedra fundamental de toda sociedad humana, de cualquiera manera que
este combinada. Es pues una obligación indispensable de toda sociedad, o
del gobierno que la representa, no solamente respetar sino aún protege
eficazmente los derechos de cada individuo.
Aplicando estos principios al asunto actual. Es manifiesto que cinco
mil ciudadanos que hasta entonces la opinión pública no tenía razón para
sospecha de ningún delito, han sido despojados por el gobierno de todos
sus derechos sin ninguna acusación, sin ninguna forma de justicia, y
del modo más arbitrario. El gobierno ha violado solemnemente la
seguridad pública y hasta que no haya dado cuenta, a toda la nación de
los motivos que le hicieron obrar tan despóticamente, no hay particular
alguno, que en lugar de la protección que le es debida no tenga que
tener una opresión semejante, tanto más cuanto su flaqueza individual le
expone más fácilmente que a un cuerpo numeroso que en muchos respectos
interesaba la nación entera. Un temor tan serio y tan bien fundado
excluye naturalmente toda idea de seguridad. El gobierno culpable de
haberla destruido en toda la nación, ha convertido en instrumentos de
opresión y de ruina, los medios que se le han confiado para proteger y
conservar los individuos.
Si el gobierno se cree obligado a hacer renacer la seguridad pública y
confianza de la nación en la rectitud de su administración, debe
manifestar en la forma jurídica más clara, la justicia de su cruel
procedimiento, respecto de los cinco mil individuos de que se acaba de
hablar. y en el intervalo está obligado a confesar el crimen que ha
cometido contra la nación, violando un deber indispensable, y ejerciendo
una implacable tiranía.
Mas si el gobierno se cree superior a estos deberes para con la
nación; qué diferencia hace pues entre ella y una manada de animales,
que un simple capricho del propietario puede despojar, enajenar y
sacrificar .El cobarde y tímido silencio de los españoles, a cerca de
este horrible atentado justifica el discernimiento del ministerio que se
atrevió a una empresa tan difícil como injusta y si sucede en las
enfermedades políticas de un estado, como en las enfermedades humanas
que nunca son más peligrosas que cuando el paciente se muestra
insensible al exceso del mal que le consume, ciertamente la nación
española en su situación actual tiene motivos para consolarse de sus
penas.
El progreso de la grande revolución que acabamos de bosquejar y que
se ha perpetuado hasta nosotros en la constitución y gobierno de España,
es conforme con la historia nacional. Pasemos ahora al examen de la
influencia que nosotros debemos esperar o temer de esta misma
revolución.
Cuando las causas conocidas de un mal cualquiera se empeoran sin
relajación, sería una locura esperar de ellas el bien. Ya hemos visto la
ingratitud, la injusticia y1a tiranía, con que el gobierno español nos
acaba desde la fundación de nuestras colonias, esto es cuando estaba el
mismo muy lejos del poder absoluto y arbitrario a que ha llegado
después. Al presente que no conoce otras reglas que su voluntad, y que
está habituado a considerar nuestra propiedad como un bien que le
pertenece todo su estudio consiste en aumentarle con detrimento nuestro,
coloreando siempre con el nombre de utilidad de la madre patria, el
infame sacrificio de nuestros derechos y de nuestros más preciosos
intereses: Esta lógica es de los salteadores de caminos, que justifica
la usurpación de los bienes ajenos con 1a utilidad que de ella resulta
al usurpador.
La expulsión y la ruina de los jesuitas no tuvieron según toda
apariencia, otros motivos que la fama de sus riquezas. Mas hallándose
éstas agotadas, el gobierno sin compasión a la desastrada situación a
que nos había reducido, quiso aún agravarla con nuevos impuestos,
particularmente en la América Meridional, en donde en 1780 costaron
tanta sangre al Perú. Gemiríamos aún bajo esta nueva opresión, si las
primeras chispas de una indignación sobrado tiempo reprimida, no hubiera
forzado a nuestros tiranos a desistirse de sus extorsiones. Generosos
americanos del nuevo reino de Granada si la América española os debe el
noble ejemplo de la intrepidez que conviene oponer a la tiranía y el
resplandor que acompaña a su gloria, será en los fastos de la humanidad,
que se verá grabado con caracteres inmortales, que vuestras almas
protegieron a los pobres indios, nuestros compatriotas, y que vuestros
diputados estipularon por sus intereses con igual suceso que por los
vuestros. Pueda vuestra conducta magnánima servir de lección útil a todo
el género humano.
El ministerio está muy lejos de renunciar a sus proyectos de engullir
el resto miserable de nuestros bienes; mas desconcertado con la
resistencia inesperada, que encontró en Zipaquirá, ha variado de método
para llegar al mismo fin.
Adoptando, cuando menos se esperaba, un sistema contrario al que su
desconfiada política había invariablemente observado, ha resuelto dar
almas a los españoles americanos, e instruirles en la disciplina
militar. Espera sin duda, obtener de las tropas regladas americanas el
mismo auxilio, que halla en España de las bayonetas, para hacerse
obedecer. Más gracias al cielo la depravación de los principios de
humanidad y de moral no ha llegado al colmo entre nosotros. Nunca
seremos los bárbaros instrumentos de la tiranía, y antes de manchamos
con la menor gota de sangre de nuestros hermanos inocentes, derramaremos
toda la nuestra por la defensa de nuestros derechos y de nuestros
intereses comunes.
Una marina poderosa, pronta a traemos todos los horrores de la
destrucción, es el otro medio que nuestra resistencia pasada ha sugerido
a la tiranía. Este apoyo es necesario al gobierno para la conservación
de las Indias. El decreto del 8 de julio de 1787 condena que las rentas
de las Indias (Exceptuada la del Tabaco) preparen los fondos
suficientes para pagar la mitad, o el tercio de los enormes gastos que
exige la marina real.
Nuestros establecimientos en el continente del nuevo mundo, aún en su
estado de infancia y cuando la potencia española estaba en su mayor
declinación, han estado siempre al abrigo de toda invasión enemiga: y
nuestras fuerzas, siendo ahora mucho más considerables, es claro que el
aumento de tropas y de la marina, es para nosotros un gasto tan enorme
como inútil a nuestras defensas. Así esta declaración formal, anunciada
con tanta franqueza no parece indicar otra cosa, sino que la vigilancia
paternal del gobierno por nuestra prosperidad (cuyas dulzuras nos ha
hecho gustar hasta aquí) se propone damos nuevas pruebas de su celo y de
su amor (8). No escuchando sino las ideas de justicia que se deben
oponer a todo gobierno, se podría creer que: los fondos que debemos
suministrar para el pago de los enormes gastos de la marina, son
destinados a proteger nuestro comercio, y multiplicar nuestras riquezas,
de suerte que nuestros puertos, de la misma manera que los de España,
va a ser abiertas a todas las naciones, y que .nosotros mismos podremos
visitar las regiones más lejanas para vender y comprar allí de la
primera mano. Entonces nuestros tesoros no saldrán más, como torrentes
para nunca volver sino que, circulando entre nosotros, se aumentarán
incesantemente con la industria.
Tanto más podíamos entregarnos a estas bellas esperanzas, cuanto son
más conformes al sistema de unión y de igualdad, cuyo establecimiento,
entre nosotros y los españoles de Europa, desea el gobierno en su
decreto real. Qué vasto campo va pues a abrirse para obtener en la
corte, en los ejércitos y en los tribunales de la monarquía los honores y
riquezas que constantemente se nos han rehusado. Los españoles
europeos, habiendo tenido hasta aquí la posesión exclusiva de todas
estas ventajas es bien justo pues que el gobierno, para establecer esta
perfecta igualdad empiece a ponerlos en el mismo pie en que nosotros
hemos estado tan largo tiempo. Nosotros solos deberíamos frecuentar los
puertos de la España y ser los dueños de su comercio, de sus riquezas, y
de sus destinos. No se puede dudar que los españoles, testigos de
nuestra moderaci6n, dejen de someterse tranquilamente a este nuevo
orden. El sistema de igualdad y nuestro ejemplo lo justifican
maravillosamente.
Que diría la España y su gobierno si insistiésemos en la ejecuci6n de
este bello sistema? y para qué insultarnos tan cruelmente hablando de
unión y de igualdad? Sí, igualdad y unión, como la de los animales de la
fábula; la España se ha reservado la plaza del León. Luego, no es sino
después de tres siglos que la posesión del nuevo mundo, .nuestra patria
nos es debida, y que oímos hablar de la esperanza de ser iguales a los
españoles de Europa? y cómo y porqué título habríamos decaído de aquella
igualdad? ¡Ah! nuestra ciega y cobarde sumisión a todos los ultrajes
del gobierno, es la que nos ha merecido una idea tan despreciable y tan
insultante. Queridos hermanos y compatriotas, si no hay entre vosotros
quien no conozca y sienta sus agravios más vivamente que yo podría
explicarlo, el ardor que se manifiesta en vuestras armas. Los grandes
ejemplos de vuestros antepasados y vuestro valeroso denuedo, os
prescriben la única resolución que conviene al honor que habéis
heredado, que estimáis y de que hacéis vuestra vanidad. El mismo
gobierno de España os ha indicado ya esta resolución; considerándonos
siempre como un pueblo distinto de los españoles europeos y esta
distinción os impone la ignominiosa esclavitud. Consintamos por nuestra
parte a ser un pueblo diferente renunciemos al ridículo sistema de unión
y de igualdad con nuestros amos y tiranos; renunciemos a un gobierno
cuya lejanía tan enorme no puede procuramos aún en parte las ventajas
que todo hombre debe esperar de la sociedad de que es miembro; a este
gobierno que lejos de cumplir con su indispensable obligaciones de
proteger la libertad y seguridad de nuestras personas y propiedades ha
puesto el más grande empeño en destruirlas y que en lugar de esforzarse a
hacemos dichosos acumula sobre nosotros toda especie de calamidades.
Pues que los derechos y obligaciones del gobierno y de los súbditos son
recíprocas, la España ha quebrantado la primera, todos sus deberes para
con nosotros: ella ha roto los débiles lazos que habrían podido unirnos y
estrecharnos.
La naturaleza nos ha separado de la España con mares inmensos. Un
hijo que se hallaría a semejante distancia de su padre, sería sin duda
un insensato si en la conducta de sus más pequeños intereses esperase
siempre la resolución de sus más pequeños intereses, esperase siempre la
resolución de su padre. El hijo está emancipado por el derecho natural;
y en igual caso, un pueblo numeroso, que en nada depende de otro
pueblo, de quien no tiene la menor necesidad deberá estar sujeto como un
vil esclavo?.
La distancia de los lugares que por sí misma proclama nuestra
independencia natural es menor aún que la de nuestros intereses. Tenemos
esencialmente necesidad de un gobierno que esté en medio de nosotros
para la distribución de sus beneficios objeto de la unión social.
Depender de un gobierno distante dos o tres mil leguas es lo mismo que
renunciar a su utilidad; y este es el interés de la corte de España que
no aspira a darnos leyes a dominar nuestro comercio, nuestra industria,
nuestros bienes y nuestras personas, sino para sacrificarlas a su
ambición, a su orgullo y a su avaricia.
En fin, bajo cualquier aspecto que sea mirada nuestra dependencia de
la España se verá que todos nuestros deberes nos obligan a terminarla.
Debemos hacerlo por gratitud a nuestros mayores que nos prodigaron su
sangre y sus sudores para que el teatro de su gloria o de su trabajo se
convirtiese en el de nuestra miserable esclavitud. Debemoslo a nosotros
mismos por la obligación indispensable de conservar los derechos
naturales recibidos de nuestro creador, derechos preciosos que no somos
dueños de enajenar y que no pueden sernos quitados sin injusticia, bajo
cualquier pretexto que sea el hombre no puede renunciar a su razón, ni
puede esta serle arrancada por fuerza. La libertad personal no le
pertenece menos esencialmente que la razón. El libre uso de estos mismos
derechos, es la herencia inestimable que debemos dejar a nuestra
posteridad.
Sería una blasfemia el imaginar, que el supremo bienhechor de los
hombres hay permitido el descubrimiento del nuevo mundo para que un
corto número de pícaros imbéciles fuesen siempre dueños de desolarle, y
de tener el placer atroz de despojar a millones de hombres, que no les
han dado el menor motivo de queja, de los derechos esenciales recibidos
de su mano divina; el imaginar que su sabiduría eterna quisiera privar,
al resto del género humano, de las inmensas ventajas que en el orden
natural debía procurarles un evento tan grande, y condenarle a desear
que el nuevo mundo hubiese quedado desconocido para siempre. Esta
blasfemia esta sin embargo puesta en práctica por el derecho que la
España se arroga sobre la América, y la malicia humana ha pervertido el
orden natural de las misericordias del Señor, sin hablar de la justicia
debida a nuestros intereses particulares para la defensa de la patria.
Nosotros estarnos obligados a llenar con todas nuestras fuerzas; las
esperanzas de que hasta aquí el género humano ha estado privado.
Descubramos otra vez de nuevo la América para todos nuestros hermanos,
los habitantes de este globo, de donde la ingratitud la injusticia y la
avaricia más insensata nos han desterrado. La recompensa no será menos
para nosotros que para ellos.
Las diversas regiones de la Europa, a las cuales la corona de España
ha estado obligada a renunciar; tales como el reino de Portugal,
colocado en el recinto mismo de la España y la célebre república de las
provincias Unidad, que sacudieron su yugo de hierro, nos enseñan que un
continente infinitamente más grande que la España, más rico, más
poderoso, más poblado no debe depender de aquel reino, cuando se halla
tan remoto, y menos aun cuando está reunido a la más dura servidumbre.
El valor con que las colonias inglesas de la América, han combatido
por la libertad; de que ahora gozan gloriosamente, cubre de vergüenza
nuestra indolencia. Nosotros les hemos cedido la palma, con que han
coronado las primeras al nuevo mundo de una soberanía independiente.
Agregado el empeño de las cortes de España y Francia en sostener la
causa de los ingleses americanos. Aquel valor acusa nuestra
insensibilidad; que sea ahora el estímulo de nuestro honor, provocado
con ultrajes que han durado trescientos años.
No hay ya pretexto para excusar nuestra apatía si sufrimos más largo
tiempo las vejaciones; si nos destruyen, se dirá con razón que nuestra
cobardía las merece. Nuestros descendientes nos llenarán de
imprecaciones amargas; cuando mordiendo el freno de la esclavitud que
habrán heredado, se acordaren del momento en que para ser libres no era
menester sino el quererlo.
Este momento ha llegado, acojámosle con todos los sentimientos de una
preciosa gratitud, y por pocos esfuerzos que hagamos, la sabia
libertad, don precioso del cielo, acompañada de todas las virtudes, y
seguida de la prosperidad comenzará su reino en el nuevo mundo, y la
tiranía será inmediatamente exterminada.
Animados de un motivo tan grande y tan justo, podemos con confianza
dirigimos al principio eterno del orden y de la justicia, implorar en
nuestras humildes oraciones su divina asistencia, y con la esperanza de
ser oídos consolarnos de antemano de nuestras desgracias.
Este glorioso triunfo será completo y costará poco á la humanidad. La
flaqueza del único enemigo, interesado en oponerse a ella, no le
permite emplear la fuerza abierta sin acelerar su ruina total. Su
principal apoyo está en las riquezas que nosotros le damos, que éstas
les sean rehusadas, que ellas sirvan a nuestra dolencia, y entonces su
rabia será impotente. Nuestra causa por otra parte es tan justa, tan
favorable al género humano, que no es posible hallar entre las otras
naciones ninguna que se cargue de la infamia de combatimos, o que
renunciando a sus intereses personales, o sea contradecir los deseos
generales en favor de nuestra, libertad. El español sabio y virtuoso,
que gime en silencio de la opresión de su patria, aplaudirá en su
corazón nuestra empresa.
Se verá renacer la gloria nacional en un imperio inmenso, convertido
en asilo seguro para todos los españoles, que además de la hospitalidad
fraternal que siempre han hallado aquí podrán respirar libremente bajo
las leyes de la razón y de la justicia.
Pugliese a Dios que este día sea el más dichoso que habrá amanecido
jamás, no digo para la América, sino para el mundo entero; Pugliese a
Dios que llegue sin dilación. Cuando a los horrores de la opresión, y de
la crueldad suceda el reino de la razón, de la justicia, de la
humanidad; cuando el temor, las angustias, y los gemidos de diez y ocho
millones de hombres hagan lugar a la confianza mutua, a la más franca
satisfacción y al gozo más puro de los beneficios del creador, cuyo
nombre no se empleará más en disfrazar el robo, el fraude, y la
ferocidad (9); cuando sean echados por tierra los odiosos obstáculos que
el egoísmo más insensato, opone al bienestar de todo el género humano
sacrificando sus verdaderos intereses al placer bárbaro de impedir el
bien ajeno ¡Qué agradable y sensible espectáculo presentarán las costas
de América, cubiertas de hombres de todas las naciones, cambiando las
producciones de sus países por las nuestras! Cuántos huyendo de la
opresión o de la miseria, vendrán a enriquecernos con su industria, con
sus conocimientos y. a reparar nuestra población debilitada. De esta
manera la América reunirá las extremidades de la tierra, y sus
habitantes serán atados por el interés común de una sola Grande Familia
de Hermanos.
(1) Herrera dice que todas las conquistas se hicieron a
expensas de los conquistadores, o sin que el gobierno hiciese el menos
gasto.
(2) Viaje a la América Meridional, tomo I Lib. 5. cáp. 8°
(3) Tom. I Lib. I Cáp 8°
(4) En el año de 1785 existían aun en Italia 313 ex-jesuitas nativos de la América española.
(5) Lib. 21 cáp. 22
(6) En el año 1786 existían en Italia más de 3,000 jesuitas
restos de aquellos 5,000 desventurados, que no tenían por toda renta
sino la pensión de dos Paoli por día, a penas bastantes para alimentar a
un criado.
(7) El Paraguay (dice Montesquieu) puede suministrarnos otro
ejemplo. Se ha querido hacer un crimen a la compañía el que mira el
placer de mandar como el único bien de la vida; pero será siempre
sublime el gobernar a los hombres haciéndolos más dichosos.
Es glorioso para ella el haber sido la primera que ha mostrado
en aquellos países idea de la religión unida a la humanidad. Reparando
las devastaciones de los españoles ha empezado a curar una de las más
grandes heridas que hasta ahora ha recibido el género humano.
Un sentimiento exquisito que tiene esta compañía por todo lo
que ella llama honor su celo por una religión que humilla mucho más a
los que la escuchan que a los que predican le han hecho emprender
grandes cosas, que ha sabido acabar.
Ella ha sacado de los bosques unos pueblos dispersos, les ha
dado una subsistencia segura, les ha vestido y cuando con esto no
hubiese hecho otra cosa que aumentar la industria entre los hombres,
habría hecho muchísimo.
Esp. des Loix, IV, chap 6.
(8) Siempre que el gobierno español nos anuncia un beneficio,
no puede uno menos que acordarse de lo que el verdugo decía al hijo de
Felipe II cuando le ponía el dogal al cuello: paz, señor con don Carlos,
que todo es por su bien.
(9) ¿Qué motivo podía tener el gobierno español para declarar
la guerra a los indios (dice el virtuoso Las Casas), que no le habían
hecho, jamás ningún agravio, ni inquietado de ninguna manera? Ellos no
les habían visto jamás ni conocido, ni habían desembarcado en sus
tierras para hacer correrías, en ellas, no habían jamás hecho profesión
del cristianismo, como los moros en el nuevo reino de Granada. Tampoco
se puede tachar a los indios de ser enemigos declarados de nuestra fé,
ni de hacer obras para destruirla con persecuciones abiertas o con
persecuciones ocultas, forzando a los cristianos a renunciar su fé para
obligarles a volverse idólatras. Las leyes divinas y humanas no han
permitido jamás hacer la guerra a las naciones bajo el pretexto de
establecer entre ellas la fe, a menos que no se quiera sostener; que la
ley evangélica, llena de caridad, de dulzura, de humildad, deba ser
introducida en el mundo por la fuerza como la ley de Mahomet.
“No hay lugares en el mundo, donde los animales multipliquen
tanto corno en las indias, porque el aire allí es templado y favorable a
la generación. Pero los españoles han hallado el secreto de despoblar
enteramente las regiones llenas de una multitud infinita de hombres y
mujeres, a los cuales han matado injustamente para apoderarse del oro y
plata que poseían: los otros lo han hecho perecer haciéndoles trabajar
en exceso, obligándolos a llevar cargas muy pesadas por espacio de
ciento a doscientos leguas, tanto que para tener riquezas sacrificaban
la vida de los indios, Nada decimos que no sea muy verdadero, y no
decimos aún la mitad de las cosas que hemos visto” D. B. de las Casas,
descubrimiento de las Indias, París año de 1697.
Del Correo Mercantil Político. Literario” de Lima de 28 de febrero y de 7 ,14 y 22 de marzo de 1822).