jueves, 4 de junio de 2015

JUAN PABLO VIZCARDO Y GUZMÁN Y VICTOR RAUL.


JUAN PABLO VIZCARDO Y GUZMÁN   y VICTOR RAUL HAYA DE LA TORRE

 Honor y gloria  a uno de los más grandes precursores  de la libertad de América del sur, cuyo surco libertario lo recibieron inmediatamente en su niñez y adolescencia los grandes libertadores de la independencia americana como fue Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. 

Vaya ahora mi homenaje al único y grande libertador de la conciencia, el pensamiento libre de pensar en indoamericano, al hombre que conceptuó que Europa y América, tenian distintos rumbos y caminos a seguir, y que lo tradujo todo en la filosofía relativista de la historia, tomada de su Espacio Tiempo Historico; mi pleitesia para VICTOR RAUL HAYA DE LA TORRE, el pensador politico más importante que ha dado el Continente Americano para independizar la Conciencia Historica de America Latina, y pensar en nosotros, con la fundación del APRA desde 1924

 Por: Ricardo Diaz de la Vega Cabrera.  

 

 

JUAN PABLO VIZCARDO Y GUZMÁN

LOS COMIENZOS DE SU VIDA
El Jesuita Pampacolquino Juan Pablo Mariano Vizcardo y Guzmán, nació en el Distrito de Pampacolca, Provincia Castilla, Departamento de Arequipa, el 26 de Junio de 1748. Siendo sus padres el Maestro de campo don Gaspar de Vizcardo y Guzmán y doña Manuela de Zea y Andía. Hogar que completaban sus hermanos José Anselmo, María Gregoria, Juana, Isabel y Manuela.
Juan Pablo
A la edad de 13 años, aún no cumplidos, viajó al Cuzco, conjuntamente con su hermano Anselmo para seguir estudios en el Real Colegio de San Bernardo. Cuando se encontraban en la ciudad imperial dedicados a sus estudios se produce la muerte, por el año de 1760, de su padre, quien contaba apenas con 34 años de edad. Este hecho parece que determinó que los dos hermanos decidiesen ingresar en el noviciado de la Compañía de Jesús, Juan Pablo ingresó el 24 de mayo de 1761, cuando tenía 15 años de edad, dos años después, el 27 de Junio de 1763, recibía los primeros votos simples en el indicado año inició también sus estudios de Filosofía y Humanidades en el Colegio Máximo de la Transfiguración del Cuzco. Y cuando llegó la orden de expulsión de los Jesuitas, contaba con 19 años y había recibido tan solo las órdenes menores.
EL DESTIERRO A ITALIA
El Corregidor y Justicia Mayor del Cuzco, don Jerónimo Manrique fue el encargado de hacer cumplir la orden de expulsión de los Jesuitas de esa ciudad. El día 7 de Setiembre de 1767 se presentó en el Colegio de los Jesuitas y ordenó la reunión de todos ellos. Una vez que se encontraban congregados en el refectorio, leyó la orden de expulsión dada por Carlos III y le comunicó que el día 16 de setiembre serían conducidos a Lima. Efectivamente, el día indicado fueron conducidos a Moquegua y de allí pasaron al puerto de Ilo, de donde se embarcaron rumbo a la capital del Virreynato.  En Lima van a permanecer hasta los primeros días de Marzo de 1768. Pues, recién el 15 del mismo mes y año, parten del Callao los hermanos Vizcardo y Guzmán, conjuntamente con 160 Jesuitas del Perú, con dirección a España a bordo del navío “Santa Bárbara”. En el mes de Agosto de 1768 llegan a Cádiz y pasan al puerto de Santa María donde van a permanecer mientras se realizan los preparativos para conducirlos a Italia.
En Italia las autoridades encargadas de los Jesuitas expulsados obligaron a unos a ir a vivir a las ciudades de Roma, de Ferrara, Génova y a otros a  Livorno y a Massacarrara. Esta última ciudad, en donde parece que fueron concentrados los Jesuitas disidentes, se establecieron los hermanos Vizcardo y Guzmán. Todos ellos van a tratar de subsistir en medio de grandes sacrificios con una pensión de 372 reales vellón al año, que el rey había señalado a los miembros de la Compañía de Jesús.
Durante los años que estaban ya en Italia, la angustia que envolvía  a todos  los desterrados era en realidad dolorosa. El hecho de encontrarse casi todos ellos lejos de su patria, sin noticia alguna de sus familiares y sin saber cuál iba  a ser su destino, había ido agudizando en muchos de ellos su resentimiento hacía el gobierno Español y formando en su espíritu la idea de contribuir a la libertad de las colonias que tenía España en América.
PRIMER PRECURSOR DE LA EMANCIPACION HISPANOAMERICANA
Europa fue el campo de acción de la actividad de Vizcardo y Guzmán en favor de la emancipación de la América Hispana. Esta labor la va desarrollando principalmente en los países de Italia, Francia e Inglaterra. Sobresalió entre todos los jesuitas por su inteligencia y celo propagandista.
A pesar de la lejanía y lo difícil de la comunicación se encontraba bien informado de la situación de los pueblos de la América española en especial del Perú. La forma angustiosa como describe en este lapso la situación social de la América del Sur era absolutamente cierta. El recibía continuamente informaciones de los patriotas americanos y de quienes llegaban a Europa, manteniendo una estrecha correspondencia.
Es a base de estas informaciones que Vizcardo y Guzmán da sus primeros pasos en tratar de conseguir el apoyo de Inglaterra en favor de la libertad del Perú y de la América Hispana.
El lapso de su vida que va desde el año de 1784 hasta 1790, transcurre en el norte de Italia, empeñado en una serie de gestiones de índole familiar y de obtener permiso para pasar a Hispanoamérica; labor que realiza sin descuidar en ningún instante sus actividades en favor de las colonias españolas en América.
Cuando Juan Pablo pasó a Londres, entre los años de 1796 a 1797, las relaciones entre Inglaterra y España se encontraban muy tirantes. Es entonces cuando el gabinete inglés creyó conveniente utilizar sus servicios como agente, al igual que otros ex-jesuitas, asignándole una pensión de 300 libras. Su labor consistía en mantener bien informados a las autoridades inglesas de los sucesos de América Hispana, principalmente de la situación social del Perú y de las poblaciones de Caracas, Quito y Santa Fé. Asimismo, durante estos años no perdía oportunidad alguna para hacer llegar al gabinete sus proyectos sobre la emancipación y manifestar que tan solo hacía falta para el éxito de la sublevación de las colonias, el apoyo de algún país extranjero.
MUERTE DE JUAN PABLO VISCARDO Y GUZMAN
Encontrándose Vizcardo y Guzmán en la ciudad de Londres, en el año de 1798, en una situación bastante precaria y más aún, resentido por la actitud del gobierno Británico de seguir posponiendo toda ayuda a los revolucionarios Americanos, va a ir entrando en los primeros días del mes de febrero en una etapa de debilidad y de desconsuelo por la perfidia del gabinete inglés. Es en esa etapa que conoce a Mr. Rufus King, embajador de los Estados Unidos en Inglaterra, quien desde hace años atrás estaba interesado en los movimientos de los patriotas americanos. Inclusive, se puso en contacto con varios de los Jesuitas nacidos en este continente y que se encontraban al servicio del gobierno Británico. El representante Norteamericano logró mantener una estrecha amistad con Juan Pablo, convirtiéndose en el amigo de los últimos momentos de su vida, en el testigo de sus horas de disgusto por la conducta equívoca del Gabinete Inglés y en el confidente donde quién acudía cada vez que era necesario desahogarse. Es por eso que Juan Pablo, no contando con otra persona que le inspirase confianza y que fuese adicta a la libertad de las colonias Españolas, entregó a Rufus King, poco antes de morir, todos sus papeles, libros, dinero, etc. Para algunos días después, cuando el invierno Londinense se iba acentuando y había perdido toda esperanza de llevar a cabo sus proyectos tan ansiosamente elaborados, dejar de existir a fines del mes de febrero de 1798, en la soledad más completa.

CARTA A LOS ESPAÑOLES AMERICANOS

“El amor de la Patria Vencerá“
juan-pablo-vizcardo-y-guzman-2-tomos-nuevos-sin-usar10588738_3_201052_12_24_5
Hermanos y compatriotas – La inmediación al cuarto siglo el establecimiento de nuestros antepasados en el nuevo mundo, es una ocurrencia sumamente
notable, para que deje de interesar nuestra atención. El descubrimiento de una parte tan grande de la tierra, es y será siempre, para el género humano el acontecimiento más memorable de sus anhelos. Más para nosotros que somos sus habitantes, y para nuestros descendientes, es un objeto de la más grande importancia. El nuevo mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra, y en ella es que debemos examinar nuestra situación presente, para determinarnos por ella, a tomar el partido necesario a la conservación de nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores.
Aunque nuestra historia de tres siglos acá, relativamente a las causas y efectos más dignos de nuestra atención, sea tan uniforme y tan notoria que se podría reducir a estas cuatro palabras:
Cuando nuestros antepasados se retiraron a una distancia inmensa de su país natal, renunciando no solamente al alimento sino también a la protección civil que allí les pertenecía, y que no podía alcanzarles a tan grandes distancias, se expusieron a costa propia, a procurarse una subsistencia nueva, con las fatigas más enormes y con los más grandes peligros. (1) El gran suceso que coronó los esfuerzos de los conquistadores de América, les daba, al parecer, un derecho, que aunque no era el más justo era a lo menos, mejor, que el que tenían los antiguos godos de España para apropiarse el fruto de su valor y de sus trabajos. Pero la inclinación natural a su país nativo, les condujo a hacerle el más generoso homenaje de sus inmensas adquisiciones; no pudiendo dudar que un servicio gratuito, tan importante, dejase de merecerles un reconocimiento proporcionado, según la costumbre de aquel siglo, de recompensar a los que habían contribuido a extender los dominios de la nación.ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación; conviene, sin embargo, que la consideremos aquí con un poco de lentitud.
Aunque estas legítimas esperanzas han sido frustradas, sus descendientes y los de los otros españoles que sucesivamente han pasado a la América, aunque no conozcamos otra patria que ésta en la cual está fundada nuestra subsistencia y la de nuestra posteridad, hemos sin embargo respetado, conservado y amado cordialmente el apego de nuestros padres a su primera patria. A ella hemos sacrificado riquezas infinitas de toda especie, prodigado nuestro sudor, y derramado por ella con gusto nuestra sangre. Guiados de un entusiasmo ciego, no hemos considerado que tanto empeño en favor de un país que nos es extranjero, a quien nada debemos, de quien no dependemos, y del cual nada podemos esperar; es una traición cruel contra aquel en donde somos nacidos, que nos suministra el alimento necesario para nosotros y nuestros hijos; y que nuestra veneración a los sentimientos afectuosos de nuestros padres por su primera patria, es la prueba más decisiva de la preferencia que debemos a la nuestra. Todo lo que hemos prodigado a la España ha sido pues usurpado sobre nosotros y nuestros hijos; siendo tanta nuestra simpleza, que nos hemos dejado encadenar con unos hierros que si no rompemos a tiempo, no nos queda otro recurso que el de soportar pacientemente esta ignominiosa esclavitud.
Si como es triste nuestra condición actual fuese irremediable, sería un acto de compasión el ocultarla a vuestros ojos; pero teniendo en nuestro poder su más seguro remedio, descubramos este horroroso cuadro para considerarle a la luz de la verdad. Esta nos enseñar que toda la ley que se opone al bien universal de aquellos, para quienes está hecha, es una acto de tiranía, y que el exigir su observancia es forzar a la esclavitud, que una ley que se dirigiese a destruir directamente las bases de la prosperidad de un pueblo, sería una monstruosidad superior a toda expresión; es evidente también que un pueblo, a quien se despojase de la libertad personal y de la disposición de sus bienes, cuando todas las otras naciones, en iguales circunstancias, ponen su más grande interés en extenderlas, se hallaría en un estado de esclavitud, mayor que el que puede imponer un enemigo en la embriaguez de la victoria.
Supuestos estos principios incontestables, veamos cómo se adaptan a nuestra situación recíproca con la España. Un imperio inmenso, unos tesoros que exceden toda imaginación a todo lo que la antigüedad conoció, he aquí nuestros títulos al agradecimiento, ya la más distinguida protección de la España y de su gobierno. Pero nuestra recompensa ha sido tal que la justicia más severa, apenas nos habría aplicado castigo semejante, si hubiésemos sido reos de los más grandes delitos. La España nos destierra de todo el mundo antiguo, separándonos de una sociedad a la cual estamos unidos con los lazos más estrechos; añadiendo a esta usurpación sin ejemplo, de nuestra libertad personal, la otra igualmente importante de la propiedad de nuestros bienes.
Desde que los hombres comenzaron a unirse en sociedad para su más  grande bien, nosotros somos los únicos a quienes el gobierno obliga a comprar del momento lo que necesitamos a los precios más altos ya vender nuestras producciones a los precios más bajos. Para que esta violencia tuviese el suceso más completo, nos han cerrado como en una ciudad sitiada, todos los caminos por donde las otras naciones pudieran darnos a precios moderados y por cambios equitativos, las cosas que nos son necesarias. Los impuestos del gobierno, las gratificaciones al ministerio, la avaricia de los mercaderes, autorizados a ejercer de concierto el más desenfrenado monopolio, caminando todas en la misma línea, y 1a necesidad haciéndose sentir, el comprador no tiene elección; y como para suplir nuestras necesidades, esta tiranía mercantil podría forzamos a usar de nuestra industria, el gobierno se encargó de encadenarla.
No se pueden observar sin indignación los efectos de este detestable plan de comercio y cuyos detalles serían increíbles, si los que nos han dado personas imparciales, y dignas de fe no nos suministrasen pruebas decisivas para juzgar del resto. Sin el testimonio de don Antonio Ulloa, sería difícil el persuadir a la Europa, que el precio de los artículos esencialmente necesarios en todas partes tales como el hierro y el acero, fuese en Quito, en tiempo de paz, regularmente mayor que de cien pesos o de 540 libras tornesas por quintal de hierro, y de 150 pesos o 810 libras por quintal de acero; (2)el precio del primero no siendo en Europa sino de 5 a 6 pesos (25 á 30 libras) y el del segundo a proporción; que en un puerto tan célebre como el de Cartagena de Indias (3) e igualmente en tiempo de paz haya habitado una escasez de vino tan grande, que estaban obligados a no celebrar la misa, sino en una sola iglesia, y que generalmente esta escasez, y su excesivo precio, impiden el uso de esta bebida, más necesaria allí que en otras partes, por la insalubridad del clima.
Por honor de la humanidad y de nuestra nación más vale pasar en silencio los horrores y las violencias del otro comercio exclusivo (conocido en el Perú con el nombre de repartimientos) que se arrogan los corregidores y alcaldes mayores para la desolación, y ruina particular de los desgraciados indios y mestizos. Qué maravilla es pues; si con tanto oro y plata de que hemos casi Saciado al universo, poseamos a penas con que cubrir nuestra desnudez. ¿De qué sirven tantas tierras tan fértiles, si además de la falta de instrumentos necesarios para labrarlas, nos es por otra parte inútil el hacerlo más allá de nuestra propia consumación? Tantos bienes, como la naturaleza nos prodiga, son enteramente perdidos; ellos acusan la tiranía que nos impide el aprovecharlos comunicándonos con otros pueblos.
Parece que sin renunciar a lodo sentimiento de vergüenza  no se podía añadir nada a tan grandes ultrajes. La  ingeniosa política, que bajo el pretexto de nuestro bien, nos había despojado de la libertad, y de los bienes debía sugerir; a lo menos que era preciso dejarnos alguna sombra de honor y algunos medios de restablecernos para preparar nuevos recursos. Para esto es que el hombre concede el reposo y la comida a los animales que le sirven. La administración económica de nuestros intereses nos habría consolado de las otras pérdidas, y habría procurado ventajas a la España. Los intereses de nuestros país no siendo sino los nuestros, su buena o mala administración recae necesariamente sobre nosotros y es evidente que a nosotros solo pertenece el derecho de ejercerla, y que solos podemos llenar sus funciones con ventaja recíproca de la patria, y de nosotros mismos.
Que descontento nos manifestaron los españoles, cuando algunos flamencos vasallos como ellos y además compatriotas de Carlos V ocuparon algunos empleos públicos en España ¿Cuánto no murmuraron? ¿Con cuántas solicitudes y tumultos no exigieron, que aquellos extranjeros fuesen despedidos sin que su corto número, ni la presencia del monarca, pudiese calmar la inquietud general?. El miedo de que el dinero de España pasase a otro país, aunque perteneciente a la misma monarquía, fue el motivo que hizo insistir a los españoles con más calor en su demanda.
Qué diferencia no hay entre aquella situación momentánea de los españoles, y la nuestra de tres siglos acá Privados de todas las ventajas del gobierno, no hemos experimentado de su parte, sino los más horribles desórdenes y los más grandes vicioso Sin esperanza de obtener jamás, ni una protección inmediata, ni una pronta justicia a la distancia de dos a tres mil lenguas, sin recursos para reclamarla, hemos sido entregados al orgullo a la injusticia, a la rapacidad de los ministros tan avaros por lo menos como los favoritos de Carlos V Implacables para con unas gentes que no conocen, y que miran como extranjeras, procurar solamente satisfacer su codicia con la perfecta seguridad de que su conducta inicua  será impune o ignorada del soberano. El sacrificio hecho a  la España. De nuestros más preciosos intereses, ha sido el mérito con que todos ellos pretenden honrarse para excusar las injusticias con que nos acaban  Pero la miseria, en que la España misma ha caído, prueba que aquellos hombres no han conocido jamás los verdaderos intereses de la nación, o que han procurado solamente cubrir con este pretexto sus procedimientos vergonzosos, y el suceso ha demostrado, que nunca la injusticia produce frutos sólidos. A fin de que nada faltase a nuestra ruina ya nuestra ignominiosa servidumbre, la indigencia, la avaricia y la ambición han suministrado siempre a la España un enjambre de aventureros, que pasan a la América, resueltos a desquitarse allí con nuestra sustancia de lo que han pagado para obtener sus empleos. La manera de indemnizarse de la ausencia de su patria de sus penas y de sus peligros, es haciéndonos todos los males posibles. Renovando do todos los días aquellas escenas de horrores que hicieron desaparecer pueblos enteros, cuyo único delito fue su flaqueza, convierten el resplandor de la más grande conquista, en una mancha ignominiosa para el nombre español.
Así es que después de satisfacer al robo, paliado con el nombre de comercio, a las exacciones del gobierno, en pago de sus insignes beneficios, ya los ricos salarios de la multitud innumerables de extranjeros, que bajo diferentes denominaciones en España y América, se hartan fastuosamente de nuestros bienes, lo que nos queda es el objeto continúo de las acechanzas de tantos orgullosos tiranos, cuya rapacidad no conoce: otro término que el que quieren imponerle su insolencia y la certidumbre de la impunidad. Así mientras que en la corte, en los ejércitos, en los tribunales de la monarquía se derraman las riquezas y los honores. a extranjeros de todas naciones, nosotros solos somos declarados indignos de ellos e incapaces de ocupar aun en nuestra propia patria unos empleos que en rigor nos pertenecen exclusivamente. Así la gloria, que costó tantas penas a nuestros padres, es para nosotros una herencia de ignominia y con nuestros tesoros inmensos no hemos comprado sino miseria y esclavitud.
Si corremos nuestra desventurada patria de un cabo al otro hallaremos donde quiera la misma desolación, una avaricia tan desmesurada como insaciable; donde quiera el mismo tráfico abominable de injusticia y de inhumanidad de parte de las sanguijuelas empleadas por el gobierno para nuestra opresión; Consultemos nuestros anales de tres siglos y allí veremos la ingratitud y la injusticia de la corte de España, su infidelidad en cumplir sus contratos primero con el gran Colombo y después con los otros conquistadores que le dieron el imperio del nuevo mundo bajo condiciones solemnemente estipuladas. Veremos la posteridad de aquellos hombres generosos abatida con el desprecio, y manchada con el odio que les ha calumniado, perseguido, y arruinado. Como algunas simples particularidades podrían hacer dudar de este espíritu persecutor, que en todo tiempo se ha señalado contra los Españoles-Americanos, leed solamente lo que el verídico Inca Garcilaso de la Vega escribe en el segundo  tomo de sus Comentarios libro VIII Cap. 17.
Cuando el virrey don Francisco de Toledo, aquel hipócrita feroz, determinó hacer parecer al único heredero directo del imperio del Perú para asegurar a la España la posesión de aquel desgraciado país, en el proceso que se instauró contra el joven e inocente Inca Túpac Amaru, entre los falsos crímenes con que este príncipe fue cargado se acusa, dice Garcilaso, a los que han nacido en el país de madres indias y padres españoles conquistadores de aquel imperio: se alegaba de que habían secretamente convenido con Túpac Amaru, y los otros Incas, de excitar una rebelión en el reino para favorecer el descontento de los que eran nacidos de la sangre real de los Incas, o cuyas madres eran hijas, sobrinas, o primas hermanas de la familia de los lncas y los padres españoles y de los primeros conquistadores que habían adquirido tanta reputación: que estos estaban tan poco atendidos que ni el derecho natural de las madres, ni los grandes servicios y méritos de los padres, les procuraban la menos ventaja, sino que todo era distribuido entre los parientes y amigos de los gobernadores, quedando aquellos expuestos a morir de hambre si no querían vivir de limosna, o hacerse salteadores de caminos y acabar en una horca. Estas acusaciones siendo hechas contra los hijos de los españoles nacidos de mujeres indias, éstos fueron tomados y todos los que eran de edad de 20 años y más, capaces de llevar armas, y que vivían entonces en el Cuzco, fueron aprisionados. Algunos de ellos fueron puestos al tormento para forzarlos a confesar aquello de que no había pruebas ni indicios. En medio de estos furores y procedimientos tiránicos, una india, cuyo hijo estaba condenado a la cuestión, vino a la prisión y elevando su voz dijo: Hijo mío, pues que se te ha condenado a la tortura, súfrela valerosamente como hombre de honor, no acuse a ninguno falsamente, y Dios te dará fuerzas para sufrirla; él te recompensará de los peligros y penas que tu padre  y sus compañeros han sufrido para hacer este país cristiano, y hacer entrar a sus habitantes en el seno de la iglesia. Esta exhortación  magnánima,  proferida con toda la vehemencia de que aquella madre era capaz, hizo la más grande impresión sobre el espíritu del virrey, y le apartó de su designio de hacer morir aquellos desdichados. Sin embargo, no fueron absueltos, sino que se les condenó a una muerte más lenta, desterrándolos a diversas partes del nuevo mundo. Algunos fueron enviados también a España. Tales eran los primeros frutos que la posteridad de los descubridores del nuevo mundo recibía de la gratitud española, cuando la memoria de los méritos de sus padres estaban aún recientes. El virrey, aquel monstruo sanguinario, pareció entonces el autor de todas las injusticias, pero desengañémonos acerca de los sentimientos de la corte, si creemos que ella no participaba de aquellos excesos; ella se ha deleitado en nuestros días en renovarlos en toda la América, arrancándole un número mucho mayor de sus hijos, sin procurar disfrazar siquiera su inhumanidad: estos han sido deportados hasta en Italia.
Después de  haberlos botado en un país, que no es de su dominación, y renunciándolos como vasallos, la corte, de España por una contradicción y un refinamiento inaudito de crueldades, con un furor que sólo puede inspirar a los tiranos el miedo de la inocencia sacrificada, la corte se ha reservado el derecho de perseguirlos y oprimirlos continuamente. La muerte ha librado ya, a la mayor parte de estos desterrados de las miserias que les han acompañado hasta el sepulcro. Los otros arrastran una vida infortunada y son una prueba de aquellas crueldad  de carácter que tantas veces se ha echado en cara a la nación española, aunque realmente esta mancha no deba caer sino sobre el despotismo de su gobierno (4).
Tres siglos enteros, durante los cuales este gobierno ha tenido sin interrupción no variación alguna, la misma conducta con nosotros, son la prueba completa de un plan meditado. Que nos sacrifica enteramente a los intereses y conveniencias de la España; pero sobre todo a las pasiones de su ministerio. No obstante esto es evidente. que a pesar de los esfuerzos multiplicados de una falsa e inicua política, nuestros establecimientos han adquirido tal consistencia que Montesquieu, aquel genio sublime ha dicho. las Indias y la España son dos potencias bajo un mismo dueño; más las Indias son el principal y la España el accesorio.
En vano la política procura atraer el principal al accesorio; las Indias atraen continuamente la España a ellas (5). Esto quiere decir en otros términos. Que las razones para tiranizamos se aumentan cada día. Semejante a un tutor malévolo que se ha acostumbrado a vivir en el fausto y opulencia a expensas de su pupilo,  la España con el más grande terror ve llegar el momento. Que la naturaleza. La razón, y la justicia han prescrito para emancipamos de una tutela tan tiránica.
El vacío y la confusión que producirá la caída de esta administración pródiga de nuestros bienes. No es el único motivo que anima a la corte de España a perpetuar nuestra minoridad. A gravar nuestras cadenas. El despotismo que ella ejerce con nuestros tesoros. Sobre las ruinas de la libertad española podría recibir con nuestra independencia un golpe mortal, y la ambición debe prevenirlo con los mayores esfuerzos.
La pretensión de la corte de España, a una ciega obediencia a sus leyes arbitrarias está fundada principalmente sobre la ignorancia. Que procura alimentar y entretener sobre todo acerca de los derechos inalienables del hombre. y de los deberes indispensables de todo gobierno. Ella ha conseguido persuadir al vulgo, que es un delito el razonar sobre los asuntos que importan más a cada individuo, y por consiguiente, que es una obligación continua la de extinguir la preciosa  antorcha que nos dio el criador para alumbramos y conducirnos. Pero a pesar de los progresos de una doctrina tan funesta, toda la historia de España testifica constantemente contra su verdad y legitimidad.
Después de la época memorable del poder arbitrario, y de la injusticia de los últimos reyes godos. Que trajeron la ruina de su imperio y de la nación española, nuestros antepasados, cuando restablecieron el reino y su gobierno, pensaron en premunirse contra el poder absoluto, a que siempre han aspirado nuestros reyes.
Con este designio, concentraron la supremacía de la justicia, y los poderes legislativos de la paz, de la guerra, de los subsidios y de las monedas, en las cortes que representaban la nación en sus diferentes clases y debían ser tos depositarios y los guardianes de los derechos del pueblo.
A este dique tan sólido los Aragoneses añadieron el célebre magistrado llamado el Justicia, para velar en la protección del pueblo contra toda violencia y opresión, como también para reprimir el poder abusivo de los reyes. En el preámbulo de una de aquellas leyes los Aragoneses, dicen, según  Gerónimo Blanco en sus comentarios, página 751 que la esterilidad de su país y la pobreza de sus habitantes son tales, que si la libertad no los distinguía de las otras naciones el pueblo abandonaría su patria, e iría a establecerse en una región más fértil. Y a fin de que el rey no olvide jamás el manantial de dónde le viene la soberanía, la justicia, en la ceremonia solemne de la coronación, le dirigía las palabras siguientes. Nos que valemos cuanto vos, os hacemos nuestro rey y señor, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades y si no; tal como lo refiere el célebre Antonio Pérez Secretario de rey don Felipe II. Era pues un articuló fundamental de la constitución de Aragón, que si el rey violaba los derechos y privilegios del pueblo, el pueblo podía legítimamente extrañarlo, y en su lugar nombrar otro aunque fuese de la religión pagana, según el mismo Gerónimo Blanco.
A este noble espíritu de libertad es que nuestros antepasados debieron la energía que les hizo acabar tan grandes empresas, y que en medio de tantas guerras onerosas, hizo florecer la nación y la colmó de prosperidades, como se observa hoy en Inglaterra y Holanda. Mas luego que el rey pasó los límites que la constitución de Casti1la y de Aragón, le habían prescrito, la decadencia de la España fue tan rápida como había sido extraordinario el poder adquirido o por mejor decir usurpado, por los soberanos y esto prueba bastante, que el poder absoluto, al cual se junta siempre el arbitrario, es la ruina de los estados.
La reunión de los reinos de Castilla y de Aragón, como también los  grandes estados, que al mismo tiempo tocaron por herencia a los reyes de España, y los tesoros de la Indias, dieron a la corona una preponderancia imprevista, y tan fuerte, que en muy poco tiempo trastornó todos los obstáculos, que la prudencia de nuestros abuelos había opuesto para asegurar la libertad de su descendencia. La autoridad real, semejante al mar cuando sale de sus márgenes, inundó toda la monarquía y la voluntad del rey, y de sus ministros se hizo la ley universal.
Una vez establecido el poder despótico tan sólidamente, la sombra misma de las antiguas cortes no existió más: no quedando otra salvaguardia a los derechos naturales, civiles y religiosos de los españoles, que la arbitrariedad de los ministros o las antiguas formalidades de justicia llamadas vías jurídicas. Estas últimas se han opuesto algunas veces a la opresión de la inocencia, sin estorbar por eso el que se verificase el proverbio de que allá van leyes donde quieren reyes.
Una invención dichosa sugirió al fin el medio más fecundo para desembarazarse de estas trabas molestas. La suprema potencia económica. y los motivos reservados en el alma real (expresiones que asombrarán a la posterioridad) descubriendo al fin la vanidad. y todas las ilusiones del género humano sobre los principios eternos de justicia sobre los derechos y los deberes de la naturaleza y de la sociedad, han desplegado de un golpe su irresistible eficacia sobre más de cinco mil ciudadanos españoles (6). Observad que estos ciudadanos estaban unidos en cuerpo, que a sus derechos de sociedad, en calidad de miembros de la nación unían el honor de la estimación pública. Merecida por unos servicios tan útiles como importantes (7).
Omitiendo las reflexiones que nacen de todas las circunstancias de una ejecución tan extraña, y dejando aparte las desgraciadas víctimas de aquel bárbaro atentado, considerémosle solamente con respecto a toda la nación española.
La conservación de los derechos naturales, y sobre todo de la libertad y seguridad de las personas y haciendas, es incontestablemente la piedra fundamental de toda sociedad humana, de cualquiera manera que este combinada. Es pues una obligación indispensable de toda sociedad, o del gobierno que la representa, no solamente respetar sino aún protege eficazmente los derechos de cada individuo.
Aplicando estos principios al asunto actual. Es manifiesto que cinco mil ciudadanos que hasta entonces la opinión pública no tenía razón para sospecha de ningún delito, han sido despojados por el gobierno de todos sus derechos sin ninguna acusación, sin ninguna forma de justicia, y del modo más arbitrario. El gobierno ha violado solemnemente la seguridad pública y hasta que no haya dado cuenta, a toda la nación de los motivos que le hicieron obrar tan despóticamente, no hay particular alguno,  que en lugar de la protección que le es debida no tenga que tener una opresión semejante, tanto más cuanto su flaqueza individual le expone más fácilmente que a un cuerpo numeroso que en muchos respectos interesaba la nación entera. Un temor tan serio y tan bien fundado excluye naturalmente toda idea de seguridad. El gobierno culpable de haberla destruido en toda la nación, ha convertido en instrumentos de opresión y de ruina, los medios que se le han confiado para proteger y conservar los individuos.
Si el gobierno se cree obligado a hacer renacer la seguridad pública y confianza de la nación en la rectitud de su administración, debe manifestar en la forma jurídica más clara, la justicia de su cruel procedimiento, respecto de los cinco mil individuos de que se acaba de hablar. y en el intervalo está obligado a confesar el crimen que ha cometido contra la nación, violando un deber indispensable, y ejerciendo una implacable tiranía.
Mas si el gobierno se cree superior a estos deberes para con la nación; qué diferencia hace pues entre ella y una manada de animales, que un simple capricho del propietario puede despojar, enajenar y sacrificar .El cobarde y tímido silencio de los españoles, a cerca de este horrible atentado justifica el discernimiento del ministerio que se atrevió a una empresa tan difícil como injusta y si sucede en las enfermedades políticas de un estado, como en las enfermedades humanas que nunca son más peligrosas que cuando el paciente se muestra insensible al exceso del mal que le consume, ciertamente la nación española en su situación actual tiene motivos para consolarse de sus penas.
El progreso de la grande revolución que acabamos de bosquejar y que se ha perpetuado hasta nosotros en la constitución y gobierno de España, es conforme con la historia nacional. Pasemos ahora al examen de la influencia que nosotros debemos esperar o temer de esta misma revolución.
Cuando las causas conocidas de un mal cualquiera se empeoran sin relajación, sería una locura esperar de ellas el bien. Ya hemos visto la ingratitud, la injusticia y1a tiranía, con que el gobierno español nos acaba desde la fundación de nuestras colonias, esto es cuando estaba el mismo muy lejos del poder absoluto y arbitrario a que ha llegado después. Al presente que no conoce otras reglas que su voluntad, y que está habituado a considerar nuestra propiedad como un bien que le pertenece todo su estudio consiste en aumentarle con detrimento nuestro, coloreando siempre con el nombre  de utilidad de la madre patria, el infame sacrificio de nuestros derechos y de nuestros más preciosos intereses: Esta lógica es de los salteadores de caminos, que justifica la usurpación de los bienes ajenos con 1a utilidad que de ella resulta al usurpador.
La expulsión y la ruina de los jesuitas no tuvieron según toda apariencia, otros motivos que la fama de sus riquezas. Mas hallándose éstas agotadas, el gobierno sin compasión a la desastrada situación a que nos había reducido, quiso aún agravarla con nuevos impuestos, particularmente en la América Meridional, en donde en 1780 costaron tanta sangre al Perú. Gemiríamos aún bajo esta nueva opresión, si las primeras chispas de una indignación sobrado tiempo reprimida, no hubiera forzado a nuestros tiranos a desistirse de sus extorsiones. Generosos americanos del nuevo reino de Granada si la América española os debe el noble ejemplo de la intrepidez que conviene oponer a la tiranía y el resplandor que acompaña a su gloria, será en los fastos de la humanidad, que se verá grabado con caracteres inmortales, que vuestras almas protegieron a los pobres indios, nuestros compatriotas, y que vuestros diputados estipularon por sus intereses con igual suceso que por los vuestros. Pueda vuestra conducta magnánima servir de lección útil a todo el género humano.
El ministerio está muy lejos de renunciar a sus proyectos de engullir el resto miserable de nuestros bienes; mas desconcertado con la resistencia inesperada, que encontró en Zipaquirá, ha variado de método para llegar al mismo fin.
Adoptando, cuando menos se esperaba, un sistema contrario al que su desconfiada política había invariablemente observado, ha resuelto dar almas a los españoles americanos, e instruirles en la disciplina militar. Espera sin duda, obtener de las tropas regladas americanas el mismo auxilio, que halla en España de las bayonetas, para hacerse obedecer. Más gracias al cielo la depravación de los principios de humanidad y de moral no ha llegado al colmo entre nosotros. Nunca seremos los bárbaros instrumentos de la tiranía, y antes de manchamos con la menor gota de sangre de nuestros hermanos inocentes, derramaremos toda la nuestra por la defensa de nuestros derechos y de nuestros intereses comunes.
Una marina poderosa, pronta a traemos todos los horrores de la destrucción, es el otro medio que nuestra resistencia pasada ha sugerido a la tiranía. Este apoyo es necesario al gobierno para la conservación de las Indias. El decreto del 8 de julio de 1787  condena que las rentas de las Indias (Exceptuada la del Tabaco) preparen los fondos suficientes para pagar la mitad,  o el tercio de los enormes gastos que exige la marina real.
Nuestros establecimientos en el continente del nuevo mundo, aún en su estado de infancia y cuando la potencia española estaba en su mayor declinación, han estado siempre al abrigo de toda invasión enemiga: y nuestras fuerzas, siendo ahora mucho más considerables, es claro que el aumento de tropas y de la marina, es para nosotros un gasto tan enorme como inútil a nuestras defensas. Así esta declaración formal, anunciada con tanta franqueza no parece indicar otra cosa, sino que la vigilancia paternal del gobierno por nuestra prosperidad (cuyas dulzuras nos ha hecho gustar hasta aquí) se propone damos nuevas pruebas de su celo y de su amor (8).  No escuchando sino las ideas de justicia que se deben oponer a todo gobierno, se podría creer que: los fondos que debemos suministrar para el pago de los enormes gastos de la marina, son destinados a proteger nuestro comercio, y multiplicar nuestras riquezas, de suerte que nuestros puertos, de la misma manera que los de España, va a ser abiertas a todas las naciones, y que .nosotros mismos podremos visitar las regiones más lejanas para vender y comprar allí de la primera mano. Entonces nuestros tesoros no saldrán más, como torrentes para nunca volver sino que, circulando entre nosotros, se aumentarán incesantemente con la industria.
Tanto más podíamos entregarnos a estas bellas esperanzas, cuanto son más conformes al sistema de unión y de igualdad, cuyo establecimiento, entre nosotros y los españoles de Europa, desea el gobierno en su decreto real. Qué vasto campo va pues a abrirse para obtener en la corte, en los ejércitos y en los tribunales de la monarquía los honores y riquezas que constantemente se nos han rehusado. Los españoles europeos, habiendo tenido hasta aquí la posesión  exclusiva de todas estas ventajas es bien justo pues que el gobierno, para establecer esta perfecta igualdad empiece a ponerlos en el mismo pie en que nosotros hemos estado tan largo tiempo. Nosotros solos deberíamos frecuentar los puertos de la España y ser los dueños de su comercio, de sus riquezas, y de sus destinos. No se puede dudar que los españoles, testigos de nuestra moderaci6n, dejen de someterse tranquilamente a este nuevo orden. El sistema de igualdad y nuestro ejemplo lo justifican maravillosamente.
Que diría la España y su gobierno si insistiésemos en la ejecuci6n de este bello sistema? y para qué insultarnos tan cruelmente hablando de unión y de igualdad? Sí, igualdad y unión, como la de los animales de la fábula; la España se ha reservado la plaza del León. Luego, no es sino después de tres siglos que la posesión del nuevo mundo, .nuestra patria nos es debida, y que oímos hablar de la esperanza de ser iguales a los españoles de Europa? y cómo y porqué título habríamos decaído de aquella igualdad?  ¡Ah! nuestra ciega y cobarde sumisión a todos los ultrajes del gobierno, es la que nos ha merecido una idea tan despreciable y tan insultante. Queridos hermanos y compatriotas, si no hay entre vosotros quien no conozca y sienta sus agravios más vivamente que yo podría explicarlo, el ardor que se manifiesta en vuestras armas. Los grandes ejemplos de vuestros antepasados y vuestro valeroso denuedo, os prescriben la única resolución que conviene al honor que habéis heredado, que estimáis y de que hacéis vuestra vanidad. El mismo gobierno  de España os ha indicado ya esta resolución; considerándonos siempre como un pueblo distinto de los españoles europeos y esta distinción os impone la ignominiosa esclavitud. Consintamos por nuestra parte a ser un pueblo diferente renunciemos al ridículo sistema de unión y de igualdad con nuestros amos y tiranos; renunciemos a un gobierno cuya lejanía tan enorme no puede procuramos aún en parte las ventajas que todo hombre debe esperar de la sociedad de que es miembro; a este gobierno que lejos de cumplir con su indispensable obligaciones de proteger la libertad y seguridad de nuestras personas y propiedades ha puesto el más grande empeño en destruirlas y que en lugar de esforzarse a hacemos dichosos acumula sobre nosotros toda especie de calamidades. Pues que los derechos y obligaciones del gobierno y de los súbditos son recíprocas, la España ha quebrantado la primera, todos sus deberes para con nosotros: ella ha roto los débiles lazos que habrían podido unirnos y estrecharnos.
La naturaleza nos ha separado de la España con mares inmensos. Un hijo que se hallaría a semejante distancia de su padre, sería sin duda un insensato si en la conducta de sus más pequeños intereses esperase siempre la resolución de sus más pequeños intereses, esperase siempre la resolución de su padre. El hijo está emancipado por el derecho natural; y en igual caso, un pueblo numeroso, que en nada depende de otro pueblo, de quien no tiene la menor necesidad deberá estar sujeto como un vil esclavo?.
La distancia de los lugares que por sí misma proclama nuestra independencia natural es menor aún que la de nuestros intereses. Tenemos esencialmente necesidad de un gobierno que esté en medio de nosotros para la distribución de sus beneficios objeto de la unión social. Depender de un gobierno distante dos o tres mil leguas es lo mismo que renunciar a su utilidad;  y este es el interés de la corte de España que no aspira a darnos leyes a dominar nuestro comercio, nuestra industria, nuestros bienes y nuestras personas, sino para sacrificarlas a su ambición, a su orgullo y a su avaricia.
En fin, bajo cualquier aspecto que sea mirada nuestra dependencia de la España se verá que todos nuestros deberes nos obligan a terminarla. Debemos hacerlo por gratitud a nuestros mayores que nos prodigaron su sangre y sus sudores para que el teatro de su gloria o de su trabajo se convirtiese en el de nuestra miserable esclavitud. Debemoslo a nosotros mismos por la obligación indispensable de conservar los derechos naturales recibidos de nuestro creador, derechos preciosos que no somos dueños de enajenar y que no pueden sernos quitados sin injusticia, bajo cualquier pretexto que sea el hombre no puede renunciar a su razón, ni puede esta serle arrancada por fuerza. La libertad  personal no le pertenece menos esencialmente que la razón. El libre uso de estos mismos derechos, es la herencia inestimable que debemos dejar a nuestra posteridad.
Sería una blasfemia el imaginar, que el supremo bienhechor de los hombres hay permitido el descubrimiento del nuevo mundo para que un corto número de pícaros imbéciles fuesen siempre dueños de desolarle, y de tener el placer atroz de despojar a millones de hombres, que no les han dado el menor motivo de queja, de los derechos esenciales recibidos de su mano divina; el imaginar que su sabiduría eterna quisiera privar, al resto del género humano, de las inmensas ventajas que en el orden natural debía procurarles un evento tan grande, y condenarle a desear que el nuevo mundo hubiese quedado desconocido para siempre. Esta blasfemia esta sin embargo puesta en práctica por el derecho que la España se arroga sobre la América, y la malicia humana ha pervertido el orden natural de las misericordias del Señor, sin hablar de la justicia debida a nuestros intereses particulares para la defensa de la patria. Nosotros estarnos obligados a llenar con todas nuestras fuerzas; las esperanzas de que hasta aquí el género humano ha estado privado. Descubramos otra vez de nuevo la América para todos nuestros hermanos, los habitantes de este globo, de donde la ingratitud la injusticia y la avaricia más insensata nos han desterrado. La recompensa no será menos para nosotros que para ellos.
Las diversas regiones de la Europa, a las cuales la corona de España ha estado obligada a renunciar; tales como el reino de Portugal, colocado en el recinto mismo de la España y la célebre república de las provincias Unidad, que sacudieron su yugo de hierro, nos enseñan que un continente infinitamente más grande que la España, más rico, más poderoso, más poblado no debe depender de aquel reino, cuando se halla tan remoto, y menos aun cuando está reunido a la más dura servidumbre.
El valor con que las colonias inglesas de la América, han combatido por la libertad; de que ahora gozan gloriosamente, cubre de vergüenza nuestra indolencia. Nosotros les hemos cedido la palma, con que han coronado las primeras al nuevo mundo de una soberanía independiente. Agregado el empeño de las cortes de España y Francia en sostener la causa de los ingleses americanos. Aquel valor acusa nuestra insensibilidad; que sea ahora el estímulo de nuestro honor, provocado con ultrajes que han durado trescientos años.
No hay ya pretexto para excusar nuestra apatía si sufrimos más largo tiempo las vejaciones; si nos destruyen, se dirá con razón que nuestra cobardía las merece. Nuestros descendientes nos llenarán de imprecaciones amargas; cuando mordiendo el freno de la esclavitud que habrán heredado, se acordaren del momento en que para ser libres no era menester sino el quererlo.
Este momento ha llegado, acojámosle con todos los sentimientos de una preciosa gratitud, y por pocos esfuerzos que hagamos, la sabia libertad, don precioso del cielo, acompañada de todas las virtudes, y seguida de la prosperidad comenzará su reino en el nuevo mundo, y la tiranía será inmediatamente exterminada.
Animados de un motivo tan grande y tan justo, podemos con confianza dirigimos al principio eterno del orden y de la justicia, implorar en nuestras humildes oraciones su divina asistencia, y con la esperanza de ser oídos consolarnos de antemano de nuestras desgracias.
Este glorioso triunfo será completo y costará poco á la humanidad. La flaqueza del único enemigo, interesado en oponerse a ella, no le permite emplear la fuerza abierta sin acelerar su ruina total. Su principal apoyo está en las riquezas que nosotros le damos, que éstas les sean rehusadas, que ellas sirvan a nuestra dolencia, y entonces su rabia será impotente. Nuestra causa por otra parte es tan justa, tan favorable al género humano, que no es posible hallar entre las otras naciones ninguna que se cargue de la infamia de combatimos, o que renunciando a sus intereses personales, o sea contradecir los deseos generales en favor de nuestra, libertad. El español sabio y virtuoso, que gime en silencio de la opresión de su patria, aplaudirá en su corazón nuestra empresa.
Se verá renacer la gloria nacional en un imperio inmenso, convertido en asilo seguro para todos los españoles, que además de la hospitalidad fraternal que siempre han hallado aquí podrán respirar libremente bajo las leyes de la razón y de la justicia.
Pugliese a Dios que este día sea el más dichoso que habrá amanecido jamás, no digo para la América, sino para  el mundo entero; Pugliese a Dios que llegue sin dilación. Cuando a los horrores de la opresión, y de la crueldad suceda el reino de la razón, de la justicia, de la humanidad; cuando el temor, las angustias, y los gemidos de diez y ocho millones de hombres hagan lugar a la confianza mutua, a la más franca satisfacción y al gozo más puro de los beneficios del creador, cuyo nombre no se empleará más en disfrazar el robo, el fraude, y la ferocidad (9); cuando sean echados por tierra los odiosos obstáculos que el egoísmo más insensato, opone al bienestar de todo el género humano sacrificando sus verdaderos intereses al placer bárbaro de impedir el bien ajeno ¡Qué agradable y sensible espectáculo presentarán las costas de América, cubiertas de hombres de todas las naciones, cambiando las producciones de sus países por las nuestras! Cuántos huyendo de la opresión o de la miseria, vendrán a enriquecernos con su industria, con sus conocimientos y. a reparar nuestra población debilitada. De esta manera la América reunirá las extremidades de la tierra, y sus habitantes serán atados por el interés común de una sola Grande Familia de Hermanos.
(1) Herrera dice que todas las conquistas se hicieron a expensas de los conquistadores, o sin que el gobierno hiciese el menos gasto.
(2) Viaje a la América Meridional, tomo I Lib. 5. cáp. 8°
 (3) Tom. I Lib. I Cáp 8°
(4) En el año de 1785 existían aun en Italia 313 ex-jesuitas nativos de la América española.
(5) Lib. 21 cáp.  22
(6) En el año 1786 existían en Italia más de 3,000 jesuitas restos de aquellos 5,000 desventurados, que no tenían por toda renta sino la pensión de dos Paoli por día, a penas bastantes para alimentar a un criado.
(7) El Paraguay (dice Montesquieu) puede suministrarnos otro ejemplo. Se ha querido hacer un crimen a la compañía el que mira el placer de mandar como el único bien de la vida;  pero será siempre sublime el gobernar a los hombres haciéndolos más dichosos.
Es glorioso para ella el haber sido la primera que ha mostrado en aquellos países idea de la religión unida a la humanidad. Reparando las devastaciones de los españoles ha empezado a curar una de las más grandes heridas que hasta ahora ha recibido el género humano.
Un sentimiento exquisito que tiene esta compañía por todo lo que ella llama honor su celo por una religión que humilla mucho más a los que la escuchan que a los que predican le han hecho emprender grandes cosas, que ha sabido acabar.
Ella ha sacado de los bosques unos pueblos dispersos, les ha dado una subsistencia segura, les ha vestido y cuando con esto no hubiese hecho otra cosa que aumentar la industria entre los hombres, habría  hecho muchísimo.
Esp. des Loix, IV, chap 6.
 (8) Siempre que el gobierno español nos anuncia un beneficio, no puede uno menos que acordarse de lo que el verdugo decía al hijo de Felipe II cuando le ponía el dogal al cuello: paz, señor con don Carlos, que todo es por su bien.
 
(9) ¿Qué motivo podía tener el gobierno español para declarar la guerra a los indios (dice el virtuoso Las Casas), que no le habían hecho, jamás ningún agravio, ni inquietado de ninguna manera? Ellos no les habían visto jamás ni conocido, ni habían desembarcado en sus tierras para hacer correrías, en ellas, no habían jamás hecho profesión del cristianismo, como los moros en el nuevo reino de Granada. Tampoco se puede tachar a los indios de ser enemigos declarados de nuestra fé, ni de hacer obras para destruirla con persecuciones abiertas o con persecuciones ocultas, forzando a los cristianos a renunciar su fé para obligarles a volverse idólatras. Las leyes divinas y humanas no han permitido jamás hacer la guerra a las naciones bajo el pretexto de establecer entre ellas la fe, a menos que no se quiera sostener; que la ley evangélica, llena de caridad, de dulzura, de humildad, deba ser introducida en el mundo por la fuerza como la ley de Mahomet.
“No hay lugares en el mundo, donde los animales multipliquen tanto corno en las indias, porque el aire allí es templado y favorable a la generación. Pero los españoles han hallado el secreto de despoblar enteramente las regiones llenas de una multitud infinita de hombres y mujeres, a los cuales han matado injustamente para apoderarse del oro y plata que poseían: los otros lo han hecho perecer haciéndoles trabajar en exceso, obligándolos a llevar cargas muy pesadas por espacio de ciento a doscientos leguas, tanto que para tener riquezas sacrificaban la vida de los indios, Nada decimos que no sea muy verdadero, y no decimos aún la mitad de las cosas que hemos visto” D. B. de las Casas, descubrimiento de las Indias, París año de 1697.
Del Correo Mercantil Político. Literario” de Lima de 28 de febrero y de 7 ,14 y 22 de marzo de 1822).